EN SÍNTESIS
LA IMPORTANCIA DE LA CIENCIA
La historia de la humanidad ha sido una historia de ignorancia, superstición y error… hasta que emergió la ciencia. Basada en el método científico —la observación rigurosa, la hipótesis verificable, la repetición, la autocrítica— la ciencia se convirtió en el motor que impulsó el conocimiento, la medicina, la tecnología, la agricultura, la energía, la exploración del espacio. Todo aquello que hoy consideramos civilización ha sido obra de una lenta, laboriosa y constante acumulación de verdades científicas, verdades nunca absolutas, pero siempre perfeccionables.
Universidades, centros de investigación, institutos científicos: todos ellos han sido los templos modernos donde esta labor silenciosa se realiza. Durante décadas, Estados Unidos los sabe tan bien que lideró este movimiento. Con la National Science Foundation (NSF), los National Institutes of Health (NIH), la NASA, y cientos de universidades subsidiadas por fondos públicos, la ciencia norteamericana se convirtió en el faro del mundo, atrayendo a los mejores cerebros de todos los rincones del planeta.
Hoy, ese faro está siendo apagado deliberadamente.
LA GUERRA DECLARADA VS LA CIENCIA
Desde su regreso al poder, Donald Trump ha emprendido una sistemática demolición de la estructura científica de los Estados Unidos. El caso más reciente —y escandaloso— es la renuncia de Sethuraman Panchanathan, director de la NSF, tras los recortes masivos de más de 400 proyectos de investigación activos y el intento de reducir a la mitad el presupuesto de la agencia.
No se trata de un caso aislado. Trump ha asestado golpes brutales a los NIH, al CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades), a la NASA, y a decenas de laboratorios nacionales. Ha despedido a miles de científicos federales: meteorólogos, expertos en pandemias, investigadores de enfermedades como el cáncer infantil o el sida, y especialistas en enfermedades respiratorias. El recorte no distingue: se mutilan proyectos de investigación espacial, programas de alerta temprana sobre desastres naturales, y estudios vitales sobre cambio climático.
El mensaje es claro: el conocimiento científico no interesa, molesta, o peor aún, es considerado enemigo.
TRUMP REDEFINE LO QUE ES CIENCIA
Pero los ataques no son solamente presupuestales. El asalto es mucho más profundo: es epistemológico. El trumpismo busca redefinir lo que se considera ciencia. ¿El objetivo? Convertirla en un aparato político subordinado al poder.
Se censuran investigaciones que incluyan palabras “prohibidas” como clima, diversidad, trans, discapacidad, género o mujeres. Se impulsa financiar estudios que “comprobarían” relaciones falsas —como el inexistente vínculo entre vacunas y autismo—, reabriendo debates científicos ya zanjados por décadas de evidencia. Se niega el financiamiento a proyectos que combatan la desinformación, en nombre de una supuesta “defensa de la libertad de expresión”, mientras se suprimen bases de datos públicas sobre calidad del aire, sismos o recursos marinos.
No es sólo cortar fondos: es mutilar la verdad. Es sembrar la duda permanente, destruir los consensos, convertir los hechos verificables en meras “opiniones debatibles”.
LA FUGA DE CEREBROS: UN DAÑO DE PROPORCIONES HISTÓRICAS
Las consecuencias ya son visibles. Científicos norteamericanos están abandonando el país en números alarmantes. Encuestas recientes revelan que más de 1,200 investigadores consideran trabajar en el extranjero. Países como Francia, Canadá y Australia —que todavía valoran la ciencia— los están recibiendo con los brazos abiertos.
¿Quién puede culparlos? ¿Quién querría hacer investigación en un país donde la ciencia es ridiculizada, perseguida y reemplazada por fanatismos políticos?
Una traición estratégica
Resulta irónico —y trágico— que Estados Unidos, otrora campeón de la innovación, la medicina de vanguardia, la exploración espacial y los premios Nobel, esté renunciando a su propio futuro por razones ideológicas. Cada dólar invertido en investigación científica regresaba, según estudios conservadores, al menos cinco dólares a la economía. La ciencia no era un gasto: era una inversión.
Pero Trump no entiende —o no le importa— el valor del conocimiento a largo plazo. Su visión cortoplacista, anti-intelectual, y populista prefiere destruir los instrumentos del saber antes que permitir que la ciencia produzca verdades incómodas.
Se está sembrando una era de oscuridad.
UNA ADVERTENCIA HISTÓRICA
Cuando el gobierno convierte la verdad en enemigo, cuando se niega a ver el mundo como es y se empeña en imponer una visión fantasiosa, no sólo se deteriora el presente: se condena el porvenir.
Hoy, Estados Unidos corre el riesgo de convertirse en una civilización que ha decidido renunciar al conocimiento que la hizo grande. Lo que se destruye no se reconstruye fácilmente. Cada joven investigador que abandona el país, cada proyecto cancelado, cada descubrimiento que no se hace, es un golpe que durará generaciones.
El trumpismo no sólo ataca a la ciencia.
Está atacando a la civilización misma.
Alfredo Cuéllar es académico, escritor y conferencista internacional.
Contacto: alfredocuellar@me.com